X es un payaso. Se sube a un autobús del transporte público de la ciudad de Santiago de Chile (las "micros") con atuendo de payaso: grandes gafas amarillas, pelota verde en la nariz, pantalones enormes con círculos de fuertes colores, zapatos cada uno de un color distinto y una mochila. Se presenta como un estudiante de teatro que se gana unos pesos buscando hacer que las personas pasen un momento agradable en su trayectoria por la ciudad. Su show es una parodia de los vendedores de baratijas que también utilizan el espacio móvil, abarrotado y sudoroso de las micros santiaguinas para vender sus productos: "lo que nunca está de más en el hogar". "para la sed, la calor" " lo que en el supermercado le cuesta ...aquí se lo ofrecemos en..." Lenguaje y retórica de charlatanes: redundante, impostada y recitativa que X reproduce con precisión y oficio.
A
medida que avanza por el pasillo del saturado vehículo va soltando
chistes y ocurrencias casi a la misma velocidad con la que se desliza éste en la tarde del amarillento verano santiaguino:
"por favor, avancen: atrás hay piscina y jacuzzi", grita.
Pide permiso y espacio para realizar su número a unos pasajeros que
lo miran con indiferencia, incomodidad o sencillamente desdén.
Cuando por fin consigue un lugar más o menos despejado y estable en
el "segundo piso" del vehículo, X comienza su espectáculo.
Anuncia que vende un aparato portátil para sujetarse en las micros.
Extrae a continuación de la mochila (del paracaidas la llama) un
desatacador de WC (en Chile "sopapa") y con firmeza lo fija
en el techo de la micro. Efectivamente, al asirlo desde el mango
permite afirmarse y compensar los fuertes vaivenes del vehículo.
Las risas aparecen frente a esta insólita propuesta. Luego de
relatar las ventajas del artefacto, extrae otros productos que ofrece
a los potenciales clientes: un rallador de verduras que lo presenta
como lima para las uñas; un enorme aparato de metal como cepillo
para limpiarse los dientes....las risas aumentan. Termina el show
con el intento frustado de despegar el desatascador del techo de la
micro. Más sonrisas e incluso carcajadas. Un triunfo que ahora
nuestro artista pide que premiemos con una "colaboración
voluntaria"
X es
uno de los ¿docenas? ¿cientos? de vendedores, músicos, magos,
cantantes, payasos, malabaristas etc. que diariamente se suben a los
autobuses del transporte urbano de Santiago de Chile a "ganarse
la vida". Flora y fauna urbana diversa, pintoresca, que en
algunos casos ronda la mendicidad (los menos) y en otros es una forma
profesional, eficaz y esforzada de trabajo (los más). Una micro es
un mercado potencial con una alta tasa de atención potencial: algo
que escasea según los conceptualizadores de la llamada "economía de la atención". Para los pasajeros no quedan muchas posibilidades de
escapar del estrecho espacio acústico en movimiento.
Pero,
de todos modos, las micros son un mercado saturado de ofertas,
competitivo, duro, implacable. Aquí X ha desarrollado una oferta
especializada: vende sonrisas en una sociedad que, evidentemente las
necesita. X es un innovador. El Manual de Oslo diría que es un
innovador de producto ¿o de marketing? como muchos otros de sus
colegas que literal y diariamente luchan a brazo partido por hacerse
un lugar en la urbe selvática santiaguina. Innova con su cuerpo, con
su capacidad de hacer reir, con su imaginación, con su desparpajo.
Su cuerpo y su lenguaje "deslenguado" son sus mercancías.
El núcleo de su innovación ha consistido en una parodia, es decir,
en una alusión irónica, a las práctica de sus colegas vendedores,
a sus clichés y a su charlataneria. El payaso-charlatán se ríe,
sin burla, de los charlatanes y, por lo tanto, de sí mismo, de este
modo conecta con su clientela; alude a lugares comunes, principio y
condición para cualquier tipo de comunicación efectiva.
No
obstante, su tecnología no es "puntera". Difícilmente
conseguiría recursos para una start up y sufriría lo
indecible si se le pidiera un plan de negocios que avalara su
"emprendimiento". Su actividad, no tiene ni tendrá ninguna
presencia en el PIB, su sudor cotidiano es y será invisible a las
estadísticas. Como otros tantos, para innovar no ha necesitado ni
de magisters ni de doctorados, obsesión colectiva y síntoma de la
patología credencialista de estos tiempos. Y, sin embargo, innova:
observa, selecciona y reutiliza los recursos presentes en su entorno
y con maestría los recombina y hace que emerja algo nuevo.
Innovación ciertamente plebeya, cotidana, vulgar, pero talentosa y
original. Como la de tantos que producen un saber social difuso e interstical.
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