jueves, 19 de abril de 2012

Post 3: La crisis y la identidad organizacional

¿Tiene alguna relación la eterna, aplastante y sofocante crisis actual con la identidad organizacional?  Si entendemos a la identidad como un recurso de estabilidad dentro de las contingencias y los cambios, por supuesto que sí. Una honesta recuperación de los rasgos identitarios y los proyectos que en ellos se sostienen indudablemente ayuda al fortalecimiento de la subjetividad organizacional, la primera de las víctimas en contextos revueltos.

Como en el caso de las identidades personales, el regreso a lo propio, al proyecto básico, a las intuiciones y confianzas primeras, ayuda a sostenerse cuando todo lo exterior parece cambiar y desmoronarse. Quiebras, impagos, fusiones, desempleo, precariedad etc. crean ansiedad tanto fuera como dentro de las organizaciones. No cabe duda de que son tiempos de estrés y sufrimiento organizacional.

En una situación de crisis de estas características el propio vínculo con la institución se vuelve problemático. Peligra la función de acogida y de defensa contra las angustias que  caracterizan a toda organización. Al revés: la posibilidad de la desligazón institucional, bajo la forma del despido por ejemplo, es en sí misma productora  de desamparo y, por lo tanto, de angustias. El vínculo institucional se resiente y la relación con las relación de los sujetos con sus roles y tareas puede cuestionarse.

En este contexto es bueno, entre otras medidas necesarias,  volver a la pregunta básica: ¿quiénes somos?  pero, tomando en cuenta que las circunstancias son imperativas, se trata sobre todo de afirmar: dado que somos esto entonces debemos actuar de esta manera. La turbulencia exige pragmatismo, pero eso sí, fundado, razonado y justificado.

El recurso a la identidad proporciona un principio de certeza subjetiva que ayuda a atenuar el sufrimiento organizacional que necesariamente se produce cuando la certeza objetiva tambalea. El polo del proyecto debe acentuarse cuando el medio externo entra en dinámicas impredecibles y, por lo tanto, no controlables por nosotros.  La voluntad, entonces, recoge el deseo organizacional y lo proyecta.

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