sábado, 7 de septiembre de 2013

Post 23.Santiago Maker space: makers del fin del mundo





El movimiento maker se expande hacia todas las latitudes. Junto a otras subculturas vinculadas a las nuevas tecnologías y a las propuestas de comunidades de prácticas abiertas y colaborativas con un fuerte, aunque no exclusivo, componente tecnológico, la subcultura maker arraiga más o menos rápidamente a partir del impulso de individuos y colectivos con ganas de "hacer cosas" y hacerlas junto  a otros en espacios cooperativos, horizontales y abiertos.

Esta definición sumaria de "hacer cosas" es un buen punto de partida para la definición de un maker. Pero es insuficiente dado que el hacer humano es amplio y diverso. Por lo pronto, no se deberá  extraer la conclusión de que hay una oposición entre práctica y teoría: entre el hacer material y el hacer teórico. Es cierto que la condensación y estabilización en un objeto material es una obsesión de la cultura maker; pero también hay iniciativas maker sobre procesos o bienes intangibles. Hace ya algunos años que Antonio  Lafuente en Madrid planteaba "la necesidad de ampliar el concepto de prototipo para que no sólo abarque el diseño de objetos, sino también el de servicios, instituciones y redes". Por otra parte, las prácticas  makers están cargadas de componentes teóricos. Sus objetos más preciados y emblemáticos: cables, chips, impresoras 3d, tornos, plataformas Arduino etc. son, condensaciones teóricas; materializaciones objetuales de ideas, conceptos y abstracciones resultado, a su vez de experimentaciones, comunicaciones, interacciones y vínculos sociales.

La cultura maker es una propuesta neoartesana con materiales, conocimientos y cualificaciones del siglo veintiuno; es decir, con redes digitales y globalización económica y cultural. En la práctica de los makers hay un componente artesano pero distribuido o expandido, es decir, con muchas interacciones entre pares. De esta condición algunos de sus gurús han extraído consecuencias extremas:  Chris Anderson, por ejemplo, afirma que estamos en las puertas de una nueva revolución industrial basada en redes de fabricantes domésticos. Incluso ve aquí la posibilidad de que EEUU en particular y "Occidente" en general recuperen su hegemonía frente a los avances de la producción china. Bueno, es una manera de verlo, no la única.

Lo específico de un maker es hacer algo por sí mismo y junto a otros otros, repetimos, en ámbitos donde la información circula de manera libre sin las paranoias de la propiedad privada del conocimiento. Un procomún de facto que conecta claramente con la cultura americana del DIY (do it yourself).

Visitamos en el austral Santiago de Chile el espacio Santiago Maker Space, lírica y sagazmente autodefinido como "makers del fin del mundo": una identidad de márgenes y confines, como la chilena. Espacio abierto, transparente y cooperativo, estética y éticamente inserto de lleno en la cultura maker: estética fabril y ética colaborativa. Un caos ordenado de mesas enormes, impresoras  3d, computadores portátiles, inventos, inventores, prensadoras de plásticos,  plantas carnívoras y....bicicletas,  muchas bicicletas. Un espacio más silencioso que ruidoso; más acogedor que distante. Un espacio de simultaneidades comunicantes que se autodefine como un "laboratorio para experimentar en arte, técnicas y oficios, ciencia, tecnología y robótica, con acceso a herramientas y maquinarias de micro-fabricación y prototipado rápido".

Asistimos durante esta semana como "mirones" a una serie de charlas y talleres impartidos por dos norteamericanos alegres y motivadores, exponentes puros e ilustres de la cultura maker; Mitch Altman y Garnet Hertz. Sus talleres funcionaron con un spanglish democrático y eficaz convocando a participantes entusiastas que construyeron los objetos que se habían propuesto construir.  De su espíritu entusiasta es prueba este video.

Venimos de una participación más o menos intensa en Media Lab Prado en Madrid. Espacio también hospitalario pleno de iniciativas y prácticas heterogéneas. Tanto Media Lab Prado como Santiago Maker Space corresponden a lo que hemos definido en un post anterior como sistemas realizativos, es decir, lugares intermedios de interacción, "caldos primitivos", según la terminología de Steven Johnson, llenos creatividad e iniciativas donde, sin ser rechazado del todo, el objetivo del proyecto emprendedor empresarial no es una exigencia sino una posibilidad entre otras muchas. Espacios lúdicos sin ser frívolos, que configuran redes líquidas de interacción, densas en iniciativas y realizaciones concretas. Sus desafíos consisten en articularse con demandas sociales, con proyectos de cambio cada vez más abarcadores y actuar ellos mismos como experiencias ejemplares imitables en cada ciudad, en cada barrio como pedía Mitch Altman.

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