viernes, 27 de abril de 2012

Post 5: La identidad de las redes (1)


La visión tradicional entiende a las identidades organizacionales en relación a estructuras cerradas espacial y temporalmente. Estructuras que no se mueven de un territorio y que no se modifican con el tiempo o que lo hacen muy lentamente. Una fábrica, un Ministerio o una Universidad  “clásicas” podrían ser algunos ejemplos paradigmáticos. Todas ellas organizaciones compactas, sólidas, donde las fronteras y la relación entre los sistemas internos y externos están claramente definidas. Donde no hay dudas acerca de lo que es y no es la organización, donde comienza y dónde termina, quienes son y quienes no son sus miembros.  

Pero las nuevas formas organizativas propiciadas por las nuevas tecnologías tienden hacia estructuras más desagregadas, móviles, contingentes, líquidas, reticulares. Su tiempo se acelera y las permanencias e identificaciones evolucionan hacia lo contigente, cambiante, laxo. Las fronteras entre lo interno y lo externo se hacen más borrosas; resulta más difícil distinguir, en la maraña de filiales, subcontrataciones, franquicias, fusiones etc. dónde comienza una y dónde termina la otra y quiénes pueden ser considerados miembros de uno u otro espacio. Si esto es cierto para las estructuras organizativas preexistentes a la explosión tecnológica de los últimos decenios lo es aún más en las organizaciones nativas digitales, es decir,  las que han nacido en las redes sociotecnológicas y que, por lo tanto, tienen una urdimbre organizativa plenamente coincidente con éstas. Son nodos enredados que tienen en la dispersión sus señas de identidad más claras. Son entidades desterritorializadas incluso aunque sus miembros individuales puedan compartir una misma geografía. La red misma es su territorio virtual, es decir potencial, realizable o actualizable a partir exclusivamente de la voluntad de conexión. 

Las identidades organizacionales, es decir,  aquellas que tienen que ver con las subjetividades organizacionales, esto es  con lo que desean, piensan y sienten como “común” los individuos que participan en esos espacios colectivos que llamamos organizaciones en un sentido amplio, quedan profundamente modificadas por estos cambios. El mismo sentimiento de pertenencia queda “tocado” o sencillamente debilitado. No son tan fáciles las identificaciones y el encuentro en lo común cuando las bases del vínculo colectivo se transforman. Pero son necesarias: ningún colectivo social puede sobrevivir sin alguna manera de identidad  compartida y de identificación entre sus miembros. La cuestión es, entonces, ¿qué tipo o tipos de identidades son coherentes con estas nuevas geometrías organizacionales?, ¿qué tipo de capital identitario generan y sostienen estos vínculos laxos?  Anticipándonos a lo que iremos desarrollando en próximos posts podemos decir que las preguntas más relevantes son: más allá de la articulación tecnológica dada por descontada y cada vez más fácil ¿cómo se articulan identitariamente los nodos? ¿Cómo se halla lo común en las subjetividades cuando la estructura se fracciona? ¿Cómo se equilibra la tendencia al individualismo personal y grupal que facilitan las nuevas tecnologías? ¿Cómo se construye una cierta estabilidad en estructuras de vínculos líquidos? ¿Cómo se sostienen los nuevos ecosistemas, por ejemplo de emprendedores? ¿Cómo emerge el proyecto común? ¿Cómo se logra que la identidad sea  la instancia mediadora entre las diferencias, es decir, que contribuya a construir lo común desde lo diverso? ¿Cuál es el límite de los disensos identitarios?

Ver la interesante iniciativa boqueronvalley

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